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jueves, 7 de noviembre de 2013

Los doce cazadores

Había una vez un príncipe que estaba prometido con la princesa del Reino del Sur, a la cual quería mucho. El príncipe fue llamado a la cabecera de su padre, que se hallaba mortalmente enfermo, y escuchó su última voluntad:

-Querido hijo mío, he querido verte por última vez antes de morir; prométeme casarte con la princesa del Reino del Norte.

El joven estaba tan afligido que no se atrevió a contradecir a su padre en aquellos momentos, por lo que le contestó:

-Sí, querido padre, cumpliré tu voluntad.

El rey cerró los ojos y murió.

Comenzó entonces a reinar el hijo, y trascurrido el tiempo del luto debía cumplir su promesa, por lo que envió a buscar a la hija del rey del Reino del Sur, con la cual había dado palabra de casarse. Lo supo su primera novia y no pudo resistir el dolor, llegando casi a perder la salud. Entonces le preguntó su padre:

-Dime, querida hija, ¿qué te falta?, ¿qué tienes?

Reflexionó ella un momento y después contestó:

-Querido padre, quisiera encontrar once jóvenes iguales a mi rostro y estatura.

El rey le respondió:

-Se cumplirá tu deseo si es posible.

Y mandó buscar por todo su reino once doncellas que fueran iguales a su hija en rostro y estatura.

Cuando las hubo encontrado, se vistieron todas de cazadores con trajes enteramente iguales; la princesa se despidió después de su padre y se marchó con sus compañeras a la corte de su antiguo novio. Allí preguntó si necesitaba cazadores y si podían entrar todos en su servicio. El rey la miró y no la reconoció; pero como todos eran tan buenos mozos, dijo que sí, que los recibiría con gusto. Y quedaron los doce cazadores al servicio del rey.

Pero el rey tenía un león, que era un animal mágico, pues sabía todo lo oculto y secreto, y una noche le dijo:

-¿Crees que tienes doce cazadores?

-Sí -contestó el rey- los cazadores son doce.

Pero el león añadió:

-Te engañas, son doce doncellas.

El rey replicó:

-No puede ser verdad; ¿cómo me lo probarás?

-Manda echar guisantes en tu cuarto -replicó el león- y lo verás con facilidad. Los hombres tienen el paso firme; cuando andan sobre guisantes, ninguno se mueve; pero las mujeres caminan con inseguridad y vacilan y los guisantes ruedan.

El rey siguió su consejo y mandó extender los guisantes. Mas un criado del rey, que quería mucho a los cazadores, cuando supo que debían ser sometidos a una prueba, se lo contó diciéndoles:

-El león quiere probar al rey que ustedes son mujeres.

Se lo agradeció la princesa y dijo a sus doncellas:

-Vayan con cuidado y anden con paso fuerte por los guisantes.

Cuando el rey llamó al día siguiente a los cazadores y fue a su cuarto, donde estaban los guisantes, comenzaron a andar con fuerza y con un paso tan firme y seguro, que ni uno solo rodó ni se movió. Cuando se marcharon, dijo el rey al león:

-Me has engañado, andan como hombres.

El león le contestó:

-Lo han sabido, y han procurado salir bien de la prueba, haciendo un esfuerzo. Pero manda traer doce husos a tu cuarto, y cuando entren verás cómo se sonríen, lo cual no hacen los hombres.

Agradó al rey el consejo y mandó llevar las ruecas a su cuarto.

Pero el criado, que tenía cada vez más afición a los cazadores, fue a verlos y les descubrió el secreto. Entonces dijo la princesa a sus once doncellas, así que estuvieron solas:

-Estén con cuidado y no miren las ruecas.

Cuando el rey llamó al día siguiente a los doce cazadores, entraron en su cuarto sin mirar a las ruecas. El rey dijo entonces al león:

-Me has engañado, son hombres, pues no han mirado las ruecas.

El león le contestó:

-Han sabido que debían ser sometidos a esta prueba y han procurado vencerse.

Pero el rey no quiso creer ya al león.

Los doce cazadores seguían al rey constantemente a la caza, el cual había llegado a tenerles verdadero cariño; pero un día, mientras cazaba, llegó la noticia de que había llegado la esposa del rey; su antigua novia, al oírlo, lo sintió tanto, que la faltaron las fuerzas y cayó desmayada en el suelo. El rey creyó que le había dado mal de corazón a su querido cazador, se acercó a él para auxiliarle, le quitó el guante, y vio en su mano la sortija que había regalado a su primera novia; la miró entonces a la cara y la reconoció, conmoviéndose de tal modo su alma, que le dio un beso, y cuando volvió en sí le dijo:

-Tú eres mía y yo soy tuyo, y ningún hombre del mundo puede separarnos.

Envió a su otra novia un caballero diciéndole que regresase a su reino, pues estaba ya casado, y no tardaron en celebrar su boda, perdonando al león, porque había dicho la verdad.

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