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miércoles, 25 de septiembre de 2013

La encina y la fuente

Poseidón, que según los antiguos griegos era el dios del mar, no estaba satisfecho con su inmenso reino y quería extender sus dominios también a la tierra.

Eligió para su ataque precisamente Atenas, que por entonces era la ciudad más importante del mundo. Para conquistarla atravesó con su tridente el montecillo sobre el que se alzaba la ciudad.

Su fuerza era tal que perforó la roca de parte a parte y, a través de aquella especie de galería, brotó una fuente de agua salada.

Pero la ciudad estaba bajo la protección de Atenea, la diosa de la sabiduría, que pensó mucho la forma de reconquistarla, aunque sólo fuera simbólicamente como lo había hecho el dios del mar, pero con un símbolo que no sólo representase la fuerza y la sabiduría sino también la inmortalidad.

Pensó y repensó, e inventó un nuevo árbol, cuya simiente plantó junto a la fuente.

Así nació la enorme encima centenaria que todavía se alza en el punto más alto de Atenas, al contrario de la ambiciosa fuente de Poseidón que se secó hace ya mucho, muchísimo tiempo.

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