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miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Liebre y la Tortuga

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.

-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.

Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.

-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.
-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.
-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.

La liebre, muy divertida, aceptó.

Todos los animales se reunieron a lo largo del camino que orillaba el bosque para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la llegada. Junto al puente que cruzaba el arroyo, la liebre y la tortuga se dieron la pata y partieron, tan pronto como el negro cuervo, que era el árbitro, lanzó un agudo graznido como señal, y comenzó la carrera entre grandes aplausos.

Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando. La liebre saltaba con excitación a su alrededor, deteniéndose cada pocos metros para husmear y mordisquear los tiernos brotes que crecían junto al camino.

Finalmente, para mostrar su despreocupación y el desprecio que le inspiraba su adversario, la liebre se tendió a descansar sobre un lecho de tréboles. La tortuga, entre tanto, seguía avanzando trabajosamente, centímetro tras centímetro.

-¡La carrera ha empezado! -advirtió la cabra, desde un lado del camino.
Pero la liebre respondió con impaciencia:
-¡Ya lo sé, ya lo sé! Pero la tortuga no podrá llegar antes del mediodía al gran olmo que está en el otro extremo del bosque.

Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo. Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar.

Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. En esta confianza, se instaló a sus anchas bajo un árbol y se quedó profundamente dormida.

¡Vaya si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura!

Cada uno de sus diminutos pasos acercaba más a la tortuga al olmo, que era la meta señalada. Avanzaba lenta y pesadamente, exhausta por haber llegado tan lejos a su máxima velocidad, pero cobró fuerzas para una arremetida final, porque ya llegaba a la meta.

Cuando la liebre se despertó, y al ver que la tortuga estaba casi junto al punto de llegada, se levantó de un salto y echó a correr por el camino, a grandes brincos.
Los espectadores gritaban, bailoteaban y saltaban frenéticamente de aquí para allá. Nunca habían imaginado que la carrera pudiera llegar a tal estado.

La liebre corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera. Los espectadores aplaudieron con entusiasmo. Y palmearon a la tortuga en su ancha y lisa caparazón.

Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse de los demás. También que la pereza y el exceso de confianza pueden hacer que uno no alcance sus objetivos.

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1 comments en "La Liebre y la Tortuga"

iling dijo...

Lindo cuento!!

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