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sábado, 30 de octubre de 2010

Los Siete Cuervos

Había una vez un hombre que tenía siete hijos, y no tenía ninguna hija, aunque deseaba tener una. A los días su esposa le dio la noticia de la próxima llegada de un nuevo hijo. Y sucedió que por fin fue una niña. La dicha fue inmensa, pero la niña era pequeña y enfermiza, y tuvieron que bautizarla privadamente por motivo de su debilidad. El padre envió a uno de sus muchachos con una jarra a que fuera de prisa al pozo para que trajera agua para el bautizo. Los otros seis lo acompañaron, y como cada uno quería ser el primero en llenarla, discutiendo se les cayó la jarra en el pozo.

Se quedaron paralizados, y no sabían que hacer, y ninguno quería volver a la casa. Como ellos no retornaban, el padre se impacientó y dijo:

-¡De seguro se quedaron jugando y olvidaron su deber, esos irresponsables muchachos!

Él se atemorizó tanto de que la niña muriera sin ser bautizada, que en su angustia gritó:

-¡Desearía que todos esos muchachos se convirtieran en cuervos!

No había terminado de pronunciar esas palabras cuando escuchó un escandaloso ruido de alas en el aire sobre su cabeza, miró hacia arriba y vio a siete negros cuervos alejándose. Los padres no podían creer aquello, y muy tristes con la pérdida de sus siete hijos, se consolaban con la existencia de su pequeña hija, que pronto se restableció y fue creciendo sana y bondadosa.

Por un largo tiempo, ella no supo que tenía hermanos, pues sus padres se cuidaban de no mencionarlo en su presencia. Pero un día, accidentalmente escuchó a otra gente hablando de ella:
- Que la muchacha era ciertamente encantadora, pero que en realidad era la culpable de la mala fortuna que habían tenido sus siete hermanos.

Entonces ella se sintió acongojada, y fue donde sus padres y preguntó si era cierto que ella tenía hermanos, y qué había sido de ellos. Los padres no pudieron ocultar más el secreto, pero le dijeron que lo que les había sucedido a sus hermanos fue la voluntad del cielo, y que su nacimiento solamente fue una causa inocente de aquello.

Pero la joven tomó todo eso a pecho diariamente, y pensó que tenía que salvar a sus hermanos. Ella no tenía descanso ni paz hasta que secretamente se fue, y salió hacia el ancho mundo para encontrar la pista de sus hermanos y liberarlos, le costara lo que fuera. No llevaba nada con ella, a excepción de un pequeño anillo de sus padres como amuleto, un bollo de pan contra el hambre, una pequeña botella de agua contra la sed y una pequeña silla como provisión contra el cansancio.

Y ella avanzaba continuamente hacia adelante, lejos y más lejos, hacia el puro final del mundo. Y llegó hasta donde el sol, pero era muy caliente y terrible, y devoraba a los niños pequeños. Rápidamente ella corrió, y fue hacia la luna, pero era muy helada, y también horrible y maliciosa, y cuando la vio a ella, dijo:

-"Me huele, me huele a carne humana."-

Con eso ella escapó velozmente y llegó hasta las estrellas, que fueron amables y buenas con ella, y cada una de ellas estaba sentada en su propia sillita particular. Pero la estrella matutina se levantó, y le dio el hueso de una pata de pollo, y dijo:

-"Si tú no tienes ese hueso, no podrás abrir la Montaña de Cristal, y es en esa montaña donde están tus hermanos."-

La joven tomó el hueso, lo envolvió cuidadosamente en una manta, y siguió adelante hasta llegar a la Montaña de Cristal. La puerta estaba cerrada, y pensó que debería sacar el hueso, pero cuando desenvolvió la manta, estaba vacía, y se dio cuenta de que había perdido el regalo de la buena estrella.

¿Qué debería hacer ahora? Ella deseaba rescatar a sus hermanos, y no tenía la llave de la Montaña de Cristal. La buena hermana tomó un cuchillo, cortó uno de sus pequeños dedos, lo puso en la puerta y exitosamente se abrió. En cuanto ella entró, un pequeño enano se le acercó, quien le dijo:

-"Mi muchachita, ¿que andas buscando?"-
-"Busco a mis hermanos, los siete cuervos."- replicó ella.

El enano dijo:

-"Los señores cuervos no están en casa, pero si quieres esperar hasta que regresen, pasa adelante."-

Enseguida el pequeño enano trajo la comida de los cuervos, en siete platitos, y siete vasitos, y la pequeña hermana comió una pizca de cada plato, y un pequeñito sorbo de cada vaso, pero en el último vaso dejó caer el anillo que ella había cargado consigo.

De pronto ella oyó el aleteo de alas y un zumbido por el aire, y entonces el pequeño enano dijo:

-"Ahora los señores cuervos están llegando a casa."-

Y ellos llegaron, y querían comer y beber, y buscaron sus pequeños platos y vasos. Entonces se dijeron unos a otros:

-"¿Quien habrá comido algo de mi plato? ¿Quien habrá bebido algo de mi vaso? Es la huella de una boca humana."-

Y cuando el séptimo llegó al fondo de su vaso, el anillo rodó contra su boca. Entonces lo miró, y vio que era el anillo que pertenecía a su padre y madre, y dijo:

-"Dios nos ha otorgado que nuestra hermana pueda estar aquí, y entonces quedaremos libres."-

Cuando la joven, que se había quedado observando detrás de la puerta, escuchó el deseo, avanzó hacia adelante, y en ese instante los cuervos retornaron a su forma humana de nuevo. Y se abrazaron y besaron, y regresaron felizmente a su casa.

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