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lunes, 16 de agosto de 2010

La Guardadora de Gansos

Existió una vez una bella princesa llamada Rosabel, cuyo padre concertó su boda con el príncipe de un lejano país.

- Soy anciano y estoy enfermo. Tendrás que hacer el viaje sola, hija mía -dijo el Rey.
- No sufras, querido padre.

Partió la princesa, amazona en caballo veloz, llevando por toda compañía a Sharanaz, la doncella.

Resultó que Rosabel, cuyo bondadoso corazón ignoraba el mal, no tenía noción del mucho que albergaba el de su doncella, a la que como a todos en general, trataba con gran cariño.

Muy atrás había quedado el reino de su padre, cuando la princesa sintió fatiga.

- Creo que vamos a descansar -dijo. Además, tengo sed.

Sharanaz, con vistas a su plan, propuso:

- Será mejor más adelante, mi señora; veo a lo lejos la cinta plateada de un río.

Al llegar a la orilla, Rosabel descendió del caballo para saciar su sed. Sharanaz se apeó también y, con toda rapidez, golpeó la cabeza de la princesa.

Al verla aturdida, le exigió:

- ¡Rápido, dadme vuestras ropas, vuestras joyas y el manto real!

La aturdida Rosabel ni siquiera pensó en defenderse, y pronto cada una de ellas llevó el vestido de la otra.

- Ahora soy la princesa y me llamarás alteza.

Y volvieron a montar a caballo, sólo que ahora Rosabel iba detrás.

No contenta con aquello, la falaz doncella exigió:

- Júrame que no contarás a nadie que eres la princesa. Si lo cuentas, me vengaré con el príncipe, con el que pienso unirme en matrimonio.

Por miedo a sus amenazas, Rosabel lo prometió.

En cuanto llegaron al reino del joven príncipe Fabián, éste salió a recibirlas acompañado de su padre. Sharanaz les dijo:

- Esta joven que viene conmigo es una holgazana, así que bueno será que la pongáis a trabajar.

Fabián, prendado de la belleza y dulzura de la doncella, ni siquiera se fijó en la que suponían princesa. En cambio el rey, para complacer a ésta, ordenó que Rosabel fuera trasladada a una de sus granjas.

Sorprendiendo las miradas de Fabián, fijas en la linda Rosabel, Sharanaz siguió a la princesita a la granja.

- Los vestidos que fueron míos aún son demasiado buenos para tí, así que devuélvemelos.
- Lo haré, pero a cambio de que seáis buena con el príncipe.
- No me déis consejos.

Y aún tuvo la audacia de confesar que pensaba invertir en joyas y boato todo el oro del reino. Mucho se angustió la princesita, creyéndola capaz.

Sin embargo, mientras cuidaba de los gansos, poco podía sospechar que el apuesto príncipe Fabián, escondido cerca, la contemplaba con placer, y que se decía:

- No es tan haragana como la fea princesa pretende hacernos creer...

Desde su escondite observó que hablaba con el caballo que la trajera, lo que no dejó de sorprenderle, aunque lo que decían no llegaba hasta él.

- ¡Mi pobre caballito! -se compadecía Rosabel.
- ¡Mi pobre princesita! -decía él.
- He jurado callar, y si hablo, mi querido príncipe se perjudicará.

Un día Fabián, deseando conversar con la niña, dejó su escondite.

- Pareces triste -le dijo. ¿Es que echas de menos tu país?
- Quizás, pero no os preocupéis por mí. ¿Es verdad que os vais a casar?
- ¡Ay de mí! -suspiró Fabián. Me dijeron que mi princesita era muy linda y muy buena y no ha sido verdad.
- ¡Mi pobre señor! -se apiadó ella.
- ¿Sabéis? Me hubiera gustado que la princesa fuese como vos.

Rosabel se emocionó mucho. Sucedió que el mozo de cuadra, intrigado por las conversaciones de la granjerita y su caballo, se puso a escuchar.

Lo que oyó lo dejó con la boca de a palmo, y a todo correr fue a contárselo al rey.

Cuando le hubo dicho todo, añadió:

- Y si no me creéis, podéis ir vos a escuchar, Majestad.

El rey fue a la granja y se ocultó bajo la paja del establo. Así oyó al caballo decir:

- ¡Ay mi princesita Rosabel, qué triste se pondría vuestro padre, el rey, si os pudiese ver!
- Pero como no me ve, se evita ese pesar. ¡Si no le hubiera jurado a mi doncella Sharanaz callar...!

El rey se dio buena prisa en alzarse de la paja. Convencido de la realidad, envió a por hermosos vestidos para Rosabel y la llevó ante su hijo, diciendo:

- ¡He aquí a tu princesa, la verdadera!

Con lo que ambos príncipes fueron tan dichosos, que ni se puede contar.

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