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domingo, 2 de mayo de 2010

Cocolín y sus Cachorros

El cocodrilo Cocolín estaba preocupado, las cosas no iban bien. Hasta hacía un tiempo, el río en que vivía con sus cinco hijos era un lugar ideal: cómodo, bastante alejado como para que los hombres no molestaran y con abundante comida.

Pero, últimamente, una tribu de salvajes, los comemonos, se habían instalado cerca a cazar y pescar. Resultado: lo único que había para comer eran mosquitos!

- ¡Papá, tengo hambre! -decían los chicos a cada rato.

Y Cocolín decidió ir a la selva a buscar comida. Eso era muy peligroso porque los hombres la habían llenado de trampas para atrapar toda clase de animalitos. Por suerte, Cocolín era muy inteligente y las supo esquivar.

Pero como no pudo cazar nada, pensó que tendría que arriesgarse e ir a la aldea de los comemonos, donde seguramente encontraría algo.

A medida que se acercaba, oía un resonar de tambores y gritos cada vez más fuertes. Se deslizó despacio, escondiéndose entre los árboles, y pudo ver la causa de tanto alboroto: bien atado a un poste, para que no se escapara, estaba el monito Monono.

Los salvajes, muy contentos, bailaban y cantaban alrededor de una gran olla. Pensaban darse un atracón de guiso de mono!

Estaban tan entretenidos que no vieron a Cocolín, que llegó sigilosamente junto al prisionero y lo soltó en menos de lo que canta un gallo.

- ¡Cocolín! ¡Yo ya me veía dentro de la olla! ¡Estos bárbaros me iban a cocinar con arroz!
- ¡Ahora se tendrán que comer el arroz solo! ¡Qué sorpresa se van a llevar! ¡Ja ja ja! ¡Espera! Hay que ser atentos... les dejaré un mensaje.

Los comemonos seguían cantando y bailando muy entusiasmados sin imaginar lo que estaba ocurriendo. Por fin, decidieron empezar a cocinar.

¡Qué desilusión se llevaron! Porque cuando fueron a buscar su comida, no encontraron más que a soga en el suelo y un cartel que Cocolín había pinchado en un poste.

Furiosos, empezaron a perseguir a los fugitivos. Pero éstos tenían una buena ventaja y no había quién los alcanzara.

Cuando por fin se detuvieron, Monono quiso saber qué hacía Cocolín en la aldea.
- Fui a buscar comida. Tengo cinco hijos que mantener y en el río ya no hay peces!
- ¿Y por qué no se mudan?
- Porque está todo lleno de hombres, ¡es un peligro!

Monono, sin decir nada, encendió una fogata. Al principio, Cocolín no entendió para qué lo había hecho. Pero enseguida se aclaró todo porque el fuego comenzó a crecer, a crecer, y llegó hasta la aldea de los comemonos, que salieron gritando como locos: "¡Fuego! ¡Fuego!" y se alejaron a toda velocidad hasta que ya no quedó ninguno.

Cocolín estaba contentísimo; ése era un lugar excelente para pescar y los salvajes iban a tardar bastante en volver.

Llegó a su casa con la red llena de peces de todos los tamaños.

- ¡Papá, papá! ¡Viva papá! -gritaban los chicos, que comieron tanto que no se podían mover y se quedaron dormidos haciendo la digestión.

Desde entonces, nunca más pasaron hambre porque los comemonos se mudaron lejos y no volvieron a molestar.

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